martes, 3 de mayo de 2011

RENACER A LA VIDA

Ahora no tengo ganas de pensar. Hace cuatro noches que no duermo y me da miedo volver al hospital porque no sé lo que me encontraré  allí. Desde que me escapé del hospital al enterarme de la operación que me iban a hacer, me acobardé. Por lo que he leído en los libros, hay mucho margen de error en un trasplante de corazón.
Llevo cinco días debajo del puente de San Antonio, alimentándome de peces que se quedan en la orilla del río. Todas las noches voy a la casa abandonada, en la penumbra de la calle más alejada del centro del pueblo, ¡No quiero levantar sospechas! Hay un grupo de vagabundos, son muy majos todos, excepto uno que siempre me está dando con un palo, por si tengo algo de valor  en los bolsillos de un pantalón sucio que me había encontrado en los escombros de otra casa vieja. Digamos que, quería hacer amistades con aquellos vagabundos, aunque no me dejasen un sitio para dormir.
A la mañana siguiente, fui a las afueras del bar más famoso del pueblo. Los vagabundos y yo fuimos con mucha ilusión. Comimos hasta llenarnos y luego, nos fuimos antes de que viniese el dueño del bar. Al salir del callejón, fuimos vistos por la policía, y estos, empezaron a perseguirnos. No me conocía muy bien este barrio, pero lo único que me importaba ahora era escapar de la policía, daba igual por dónde ir. Los vagabundos se metieron por un callejón, yo seguí corriendo en línea recta. De repente, y sin previo aviso, caí de bruces al suelo, inconsciente.
Me desperté. Las dos de la madrugada, me asomé a la ventana, ¡Estoy en el hospital de nuevo! Sentí unos pinchazos continuos en el lado izquierdo del pecho. Me volví a dormir. Me despertaron unas voces. El doctor me dijo: ya puedes… ¡VIVIR!

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